lunes, 21 de junio de 2010

EL TIEMPO NO SE DETIENE MI AMADA



De tener tiempo y mundo suficientes, no sería delito tu recato. Dónde ir pensaríamos, sentados, y en pasar nuestro amor en largo día.
si quisieseis, mi vegetal amor se extendería más vasto que un imperio y más despacio.
Unos buenos cien años yo daría para alabar tus ojos y tu frente,
doscientos adorando cada pecho
y quizá treinta mil en cuanto resta. Mil años, por lo menos, cada parte,
si al fin tu corazón se me mostrase.
Pues, Señora, mereces tal respeto; y amarte no podría a menos precio.
Pero, detrás de mí, yo siempre escucho la carroza del tiempo, inexorable: y allende de nosotros se dilatan desiertos de la vasta eternidad. No tendrás todo el tiempo tu belleza, ni habrá de resonar en tu sepulcro el eco de mi canto: pues gusanos probarán tu inmortal virginidad: tu honor sin par se habrá tornado polvo; muertas cenizas todo mi deseo. La tumba es un lugar íntimo y bello, pero creo que allí nadie se abraza.
Por eso, ahora, cuando un fresco tinte vive en tu piel cual matinal rocío, y mientras tu alma diáfana transpire por cada poro fuegos instantáneos, vámonos a gozar mientras podamos; devoremos al punto nuestro tiempo, en vez de perecer entre sus fauces. Envolvamos, pues, todas nuestras fuerzas, nuestra dulzura toda, en una esfera: nuestros placeres, bastos, adentremos por el portal de hierro de la vida. Si parar no podemos nuestro sol, al menos obliguémoslo a correr.

No hay comentarios:

Publicar un comentario